Irse de casa

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Irse de casa

La adolescencia es una etapa muy complicada, tanto para padres como para hijos. Durante esta etapa de transición entre la niñez y la adultez se registra el mayor número de cambios en la vida de cualquier persona, tanto físicos como emocionales y mentales.

Educados a lo largo de su “corta” vida bajo las normas de sus progenitores, empieza la etapa de retarse y superar esas barreras para mostrar que ha llegado el momento de revelar que ahora, ellos, también son “dueños” de sus actos, demostrando lo que han aprendido para gozar de la tan ansiada libertad e independencia. Existen dos maneras de enfocar esa misma tendencia: por un lado, con responsabilidad y, por el otro, con rebeldía. Obviamente, para hablar de las amenazas de niños, todavía, menores que quieren irse de casa, nos referiremos a estos segundos, quienes su comportamiento se aleja del decoro y respeto que muestran los primeros. En su caso son conscientes que deben valorar y apreciar a sus mayores, quienes les han cuidado a lo largo de “X” años, enseñándoles cómo prosperar por la vida y sabiendo que todo tiene un precio al que, lo más seguro, ellos todavía -por muchas ansias de liberación que tengan- no alcanzan.

Hablando de la rebeldía cultivada por los otros, es especialmente importante poner énfasis en la forma de proceder de los padres. La demostración de esta tendencia suele venir de lejos, alimentada por múltiples factores en los que, no necesariamente, ellos sean culpables. En vistas de este comportamiento, tienen que actuar como tal y no se pueden dejar intimidar, delimitando las normas, aún con mayor hincapié, para que sepan que están bajo su tutela hasta su mayoría de edad. Con ello no estamos diciendo que, ante hijos que muestren un carácter más rebelde, hayamos de convertirnos en padres autoritarios. Es importante hablar y tener siempre una buena comunicación con éstos; negociar y resolver los conflictos que surjan en la familia a través del diálogo, la comprensión y el entendimiento.

Cómo actuar ante la amenaza de irse de casa

Lo primero, calma. Ante todo, como decíamos, hay que hablar tranquilamente para descubrir el porqué de esta decisión. Existen algunas sugerencias para mejorar la relación con nuestros hijos adolescentes antes de que “se cumplan esas amenazas” y entender sus sensaciones, miedos, frustraciones…; todo lo que los ha llevado a tomar esa decisión:

– prestarles atención cuando hablen

– intentar entenderles

– no sermonearles, castigarles e imponerles “porque sí”; dejad que se equivoquen y aprendan de sus errores sin forzarles a no hacer nada que ellos consideran que no harían

– hablar abiertamente de las emociones y de los sentimientos de ambos

– resolver, ante todo, esos conflictos hablando

– mostrarles apoyo, ayudarles y orientarles

– establecer unos límites y normas conjuntos; todo debe evolucionar según evolucionan ellos (crecen) y el mundo que nos rodea

¿Cómo evitar que se vayan?

La distancia afectiva suele ser uno de los motivos principales por los que los hijos desean distanciarse de sus padres. Si no eres cercano, a ellos quizás les importe poco tenerte en su hogar porque no eres más que un individuo que vaga por su mundo sin más aportación.

Cuando nuestros hijos amenacen con irse de casa, tengan los motivos que tengan, es importante explicarles las consecuencias de sus actos y hacerles ver la realidad de una toma de decisión que, sin serlo, puede parecerles muy sencilla porque no han pensado en los pormenores de todo lo que implica: ¿dónde van a ir? ¿cómo van a costearse los gastos? (comida, ropa, agua, luz…). Estas dos son las preguntas vitales para subsistir fuera, pero si no atienden a razones lógicas, también podemos tocar las emocionales como, por ejemplo, si no echarán de menos a un familiar (herman@, mascota…) del que van a separarse y no verán.

Si aún con estas recomendaciones el adolescente decide irse de casa, lo único que demostrará es su inmadurez y vulnerabilidad ante el problema que está viviendo (porque todo tiene su causa) y ante el que la solución más fácil que encuentra es huir de ello, en lugar de afrontarlo.

Seguramente, su supervivencia fuera dure poco y la rebeldía momentánea mengue. El apego a sus seres queridos (por mucho que los hayan hecho enfadar), a sus cosas (pertinencias como el ordenador, el móvil, la ropa…) y darse cuenta, tras su ausencia, de lo importantes que son; les hará volver más pronto que tarde. De la calle no se come y en casa de un familiar -o amigo- podrán tolerar que nos refugiemos unos días.

Vuelta a casa

A su regreso, es momento de hacerle ver, de buenos modos, como teníamos razón y cómo no puede, todavía, valerse por sí mismo. Le llegará, pero aún debe aprender cosas y conocer cómo funciona el mundo, en ese sentido, así como debemos seguir preparándole porque, con esa decisión, ha mostrado muchas carencias de su carácter y personalidad que debe reforzar. Por nuestra parte, como padres, debemos mostrar alegría y tranquilidad a su vuelta, y no reprimendas ni castigos.

Después de dejarle reflexionar sobre ello, pasados un par de días, debemos encontrar un espacio para hablar con ellos y hacer introspección de todo lo acontecido. Mostraros atentos, cercanos y siempre abiertos para que os cuenten cómo han vivido esa experiencia y cómo se han sentido, de principio a fin. A partir de aquí, hay que trabajar -con ayuda profesional, si es preciso- en tratar de enseñarle alternativas para que pueda manejarse de otra manera la próxima vez que se sienta así.